domingo, 16 de junio de 2013

Los sábados.

Supe que me gustabas el cuarto sábado que coincidimos en Loreto. Vos vas todos los sábados, ya sé. Yo voy cada tanto. Es rica la hamburguesa de ahí, pero Jazmín es vegetariana y, bueno, muchas opciones para ella no hay.
Ese sábado nosotros estábamos sentados en una de las mesitas de afuera. La de la izquierda de más atrás. Llegaste en bici, la apoyaste sobre un árbol en la vereda de enfrente, le pusiste el cosito para que nadie se la llevara y levantaste la cabeza. Tenías el pelo con un rodete desprolijo, como a medio hacer, y te daba el sol justo en la cara. Fruncías un ojo y ese frunce arrastraba un poco de tu boca. Cruzaste la calle con una mueca así, e intentando que tu mano lograra algo de sombra. Estabas hermosa. Miraste que no viniera ningún auto y después para acá. Bah, para ahí, para Loreto. Pero el sol no te dejaba identificarnos. Entraste, nos viste y saludaste sonriente, con tonito de sorprendida no sé bien por qué. Ya nos habíamos encontrado en ese mismo lugar el sábado anterior, y el otro, y el anterior al anterior a ese. Pero tenés ese tono de sorpresa grata siempre, de ‘hola’ con la “o” prolongada. En otras personas me molestaría, en vos no.
Jazmín te preguntó si querías sentarte con nosotros un rato, pensando que estabas sola. Yo ya las había presentado hace dos sábados, ¿te acordás?, ya sabía que eras Camila, la amiga de Nico que me había contactado para preguntarme algo sobre unas lentes. Pero estaban tus amigas adentro, así que seguiste de largo. En ese momento, la cabeza me aturdía tanto que lo único que escuchaba era la transpiración salir de mis poros lenta y dolorosamente. Como si fueran gotas de cemento.
Si yo inclinaba la silla un poco para atrás, alcanzaba a verte. Pero uno puede estirarse o sonarse la espalda tantas veces hasta que empiece a resultar sospechoso. Mientras, Jazmín me contaba algo de su hermano, algo sobre la novia me parece. Vos te reías con tus amigas. Bastante escandalosas, debo decir.
Nos fuimos nosotros primero. No entré a saludarte porque me pareció demasiado. Pero me imagino que te habrías parado y dicho “¿ya se van?”. Nos habríamos dado un abrazo cortito, de esos que apenas sentís al otro, pero lo suficiente como para que quede latente un rato.
Ese sábado, cuando volvimos a casa, Jazmín puso una película y nos acostamos en la cama. Ella apoyó la cabeza en mi hombro, yo le pasé el brazo por atrás y senté mi mano en su orilla, así llamo a la curvita del costado de su panza. Me corrió la mano, sacó del bolsillo una cajita de cigarrillos y de ahí, un porro. “¿Me alcanzás el coso, amor?” me dijo, refiriéndose al cenicero. Me estiré, lo agarré y se lo di. Volví a envolverla.
La película corría mientras Jazmín fumaba. Yo le di una seca nada más, no tenía ganas. Me puse a pensar en el día que la conocí. Fue en un cumple de Nahuel, me acuerdo perfecto. Yo buscaba una botella de fernet que tuviera aunque sea un poco para hacerme medio, ella estaba sentada al borde de la pileta, con los jeans arremangados y los pies en el agua. Picaba para armar. Di unos pasos para contemplarla más de cerca. Cada movimiento me seducía, pero me di por suyo en el momento en que chupó la seda para cerrarlo. Muy suave, muy despacio, casi en cámara lenta. Su lengua fue y volvió por esos 6 centímetros de papel transparente. Parecía que tenía los ojos cerrados, pero no. Finalmente lo selló con los dedos, levantó la mirada y me pescó ahí, atento, indefenso, perdido. Entregado.
En ese instante me sentí casi como el sábado este que te digo en Loreto. Casi igual de aturdido. Pero yo a Jazmín no la conocía. A vos, Camila, ya te había recomendado lentes para tu cámara, y te había visto el sábado anterior, el otro, y el anterior al anterior a ese. 
Me encanta tu nombre. Pega con vos, creo. Camila es nombre de chica que se ríe y sonríe por cualquier pavada, que se resfría seguido, que pide perdones innecesarios, que saluda con abrazo cortito, que tiene cosquillas. Así te imagino. Así. Quiero hacerte cosquillas en la panza con la barba, y que trates de contener la risa porque te enoja que tenga barba, pero no puedas.
La película mostraba una pareja acariciándose apenas con las yemas de los dedos, con los ojos cerrados y la boca entreabierta. Fue el único momento en que presté atención, después volví a asomarme a mí. Lo curioso de pensar en uno es que, a medida que indagamos, escalamos. Y al final, cuando ya pareciera que un pensamiento más producirá una hemorragia, miramos para abajo. Escalamos tanto que ahora nos da vértigo. Así es la introspección para mí, vertiginosa. Me dio miedo sentirme en la cornisa de pensarte de esa manera.
No quiero que entiendas cualquier cosa. Yo a Jazmín la amo, creo que estamos hechos el uno para el otro, si es que existe algo como eso. Todo funciona bien con ella, nada que me haga ruido, nada fuera de lo normal. ‘Normal’, qué palabra tan triste. Pero desde ese sábado que te pienso mucho, Camila. Sobre todo los sábados. Sobre todo a esta hora. Y me encanta tu nombre.