Qué
raro resulta, ¿no? Pensar que en algún momento nos vamos. Caminamos y ni
siquiera duele pisar, pero cada pasito va cortando. Perdón, quise decir
acortando. Todo en orden. Mente y espíritu están en eje, como siempre (o no
alineados, como siempre).
Deporte,
para la vida sana. Rutina, para no confundir la cabeza. Llorar, porque es
gratis. Abrigarnos, porque lo dice mamá.
Con todo esto a cuestas andamos en círculo, alrededor de un vacío. Como
el que hay en la fábrica de chocolate de Willy Wonka, en que la nena se tira a
buscar una ardilla.
Los
actores dicen todo el tiempo que la muerte es la actuación más difícil de
interpretar, porque nunca la vivieron.
Es verdad, ¿qué se sentirá morir? Ni idea. Lo que te puedo contar es qué se siente la
ausencia eterna de otro. Puta que duele. Hay otras que no necesariamente sufro,
pero ahí están. O bueno, no están.
Cuando
no pensamos en lo efímero de nuestro pasar por acá, sobra tiempo. Un montón.
Raro que a veces quisiéramos comprar minutos para terminar tal o cual quehacer.
Es
inútil el intento de pensar algo como propio. Nosotros seguimos de largo y con
nuestro ‘Chau’ se vence el contrato de alquiler. De todo. Si esto hiere
susceptibilidades liberales sobre la propiedad privada, estas flashiando
cualquiera. Si no, estoy mal yo.
Nada
nace sin morir. Ni siquiera el arte, la música o todo el resto de cosas
intangibles, absolutistas e inexplicables que se les puedan ocurrir. Si todo es
arte, o nada es arte (es la misma gansada), no existe la vanguardia ni los
movimientos divergentes; porque no se puede romper con la nada ni con el todo.
¿Nada
se inventa entonces? ¿Todo se recicla? (Jorge Drexler parafraseado). Y… yo te
diría que no y sí, respectivamente. Hasta una idea que nace en oposición a otra
no es una idea propia. Es, justamente, la primera patas pa’ arriba. Seguro que
eventualmente las dos mueren pisadas por un Transformer existencialista igual,
casi como el que estoy engendrando en este post.
La
muerte que más me gusta es la de los amores pasajeros –nunca mejor dicho – de los
medios de transporte. Esos amores mueren a cada rato, sin siquiera haber
nacido.
Siempre
pienso también en cómo nos mintieron los que decidieron patear el tablero. Suicidio
y rendición, ambas. ¿Tan poco hay por qué vivir? Estamos haciendo las cosas como el orto
entonces.
Por
otro lado, la más linda de las mentiras es la escucha. Siempre prevalece la
voluntad de querer expresarse por sobre la de querer interpretar. Así que dale,
hablá que yo espero a que termines de mover los labios. Mientras ordeno lo que
quiero decirte. Raramente escuchamos tratando de entender. Por ahí esto es lo que hacemos mal. Por ahí esto me cuesta la
carrera. No, pará, no vas a Harvard. Todo bien.
Las
muertes las sentimos como efervescencias cíclicas. Explotan fuerte al principio,
después se adormecen, después aparece devuelta un poco de espuma y ruido. Y
así, asá. Las muertes son un volcán.
Unas
preguntirijillas:
- ¿Por qué no tenemos tiempo, nunca,
NUNCA de nada?
- ¿Si pudieran comprar tiempo, para qué
lo usarían?
- ¿Qué se inventó? Porque si existe el
concepto para algo se aplica…
- ¿Qué tan cualquiera es decir que “las
muertes son un volcán”?
- ¿Te estás por tajar las venas,
Julieta? Hay una pista en la esquina inferior derecha.
˙ɐɯɐɹp |ә ɐʇsnƃ әɯ oɹәd
'ou